Entre el misticismo y el amor: la obsesión de san Juan de la Cruz

San Juan de la Cruz, o Juan de Yepes, fue un monje carmelita que dedicó su vida a la búsqueda de Dios. Perteneciente al catolicismo romano imperante en su España del siglo XVI, se preocupó por seguir el ejemplo de Jesús de Nazaret en el mundo terrenal, incluso en la pobreza que se les atribuía a los apóstoles y de la que, para entonces, muchos frailes, monjes y sacerdotes se habían olvidado. Reformó entonces la orden carmelita, de lo que surgiría una división que se conocería como carmelitas «descalzos», en referencia a su pobreza. Ello le costó a Juan de Yepes ser encarcelado. Sus ideas se oponían al statu quo de la fracción carmelita hegemónica: la de los «calzados».

Sin embargo, su búsqueda de comunión con la divinidad no se arredró ante estas dificultades, sino todo lo contrario. Se cuenta que, privado de cualquier material para escribir y en la oscuridad de su prisión en Toledo, compuso sin más herramienta que la memoria el «Cántico espiritual». El poema es de un profundo erotismo:

Gocémonos, Amado;
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte y al collado
do mana el agua pura;
entremos más adentro en la espesura.

Y luego a las subidas
cavernas de la piedra nos iremos,
que están bien escondidas,
y allí nos entraremos,
y el mosto de granadas gustaremos.
(181-190)

Juan de Yepes se sirve del sentimiento más íntimo e intenso del ser humano, el amor erótico, para hacer una alegoría de la búsqueda de la divinidad. Así como los amantes se necesitan, así san Juan de la Cruz buscaba a Dios con una obsesión que no se detendría ante adversidad alguna hasta sanar la dolencia amorosa con la presencia del ser amado.

Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia
de amor que no se cura
sino con la presencia y la figura.
(51-55)

En las sombras y el encierro de su encarcelamiento, donde quizá Juan de Yepes alcanzó por fin a vislumbrar a Dios, nació uno de los poemas más luminosos y libres de la lengua castellana.

En el «Cántico espiritual» , la esposa va buscando al amado. Pide referencias a los caminantes y a los viajeros, y las gracias que le refieren de él no pueden sino acrecentarle la pena por la ausencia; sin embargo, hay algo del amado que ninguno de los viajeros alcanza a nombrar: sólo se quedan balbuciendo. San Juan de la Cruz se aventuró, a pesar de todo, a buscar nombrarlo en el poema.

¿Y tú, qué estás dispuesto a hacer por una obsesión?

Dibujo de san Juan de la Cruz conservado en el convento de la Encarnación de Ávila.

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PD. Je te cherche

Imagen del encabezado: Dibujo de san Juan de la Cruz conservado en el convento de la Encarnación de Ávila. c. 1577

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