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De por qué vale más un saco de ropa sucia que una nariz de plata

La crítica literaria Mieke Bal llama actores a las entidades que con sus acciones cambian el rumbo de los acontecimientos de una historia. Una de las formas que propone para clasificarlos consiste en dividir en dos tipos sus competencias para alcanzar un objetivo: los actores tienen 1) poder o posibilidad para obtener por la fuerza lo que quieren; o 2) conocimiento o habilidad suficiente para conseguirlo a través de la astucia. ¿A cuál podría pertenecer un hombre con la nariz de plata y a cuál una joven lavandera?

En la historia tradicional «Naso d’Argento» que recuenta Italo Calvino en sus Fiabe Italiane, estos dos actores coinciden en el camino de cumplir sus objetivos: Lucia y sus hermanas desean salir de la pobreza que sufren a pesar de lavar tanto y Naso d’Argento quiere una empleada doméstica que no sospeche de su nariz plateada; así que las lavanderas pronto se ven a su servicio. Sin embargo, Naso d’Argento pone a prueba, comenzando por la de mayor edad, la discreción de cada una de ellas: les da las llaves de todas las puertas de la casa, pero les advierte que no deben de abrir una. Astutamente, mientras duermen y sin que se den cuenta, les pone una flor en el cabello. Las curiosas lavanderas, sin embargo, en cuanto Naso d’Argento se ausenta, abren la puerta prohibida. Atrás de ella está el infierno y las llamas que brotan marchitan la flor de las dos primeras hermanas: así sabe Naso d’Argento que le han desobedecido y las arroja al infierno. Tenemos a un personaje inteligente y sumamente poderoso, el mismo diablo, contra dos lavanderas ni poderosas ni hábiles.

Pero cuando llega el turno de la tercera hermana, Lucia, el narrador nos la presenta como «la più furba di tutte», «las más astuta de todas». Sin embargo, no es por su inteligencia que se salva del mismo destino que sus hermanas, sino por la suerte: al despertar en la mañana ha querido peinarse, se ha dado cuenta de la flor y decide quitársela para ponerla en agua. De tal modo, cuando abre la puerta prohibida y halla a sus hermanas pidiéndole ayuda entre las llamas del infierno, la flor está a salvo. La inteligencia de Lucia entonces se despierta: se da cuenta del porqué de la flor y vuelve a ponérsela antes de que torne Naso d’Argento. El método del diablo no ha resultado muy inteligente después de todo: por más que tenga el poder de condenar a todas las lavanderas de Italia, su plan no contemplaba la suerte de que su empleada doméstica se quitara la flor o que, simplemente, se le cayera.

Lucia teje entonces la estrategia para rescatar a sus hermanas, la cual consiste, sin poder ella saberlo, en trastocar la clasificación de Mieke Bal. Hábilmente, expresa que se siente mal porque extraña a su madre, y Naso d’Argento, encantado por esta muchacha en la que puede confiar, se ofrece a pasar por la casa materna y traerle noticias. Aprovechando el viaje, Lucia le pide que lleve un saco de ropa para que lo lave la madre si se encuentra con salud y, como parte de su estrategia, duda del poder de Naso d’Argento: «Non vi pesa?», «¿No le pesa?». Pero él le asegura de su gran competencia: «Io posso portare qualsiasi peso», «Yo puedo acarrear cualquier peso». A la primera oportunidad, Lucia esconde a una de sus hermanas entre la ropa sucia y le dice que grite «¡Ti vedo!», «¡Te veo!» si siente que Naso d’Argento va a dejar el saco en tierra. Cuando Lucia le da el saco a Naso d’Argento, vuelve a dudar de su poder y le dice que, si por cualquier razón quiere dejar la pesada carga, ella se dará cuenta. Con ello, a partir de una competencia de conocimiento o habilidad Lucia se construye una competencia de poder que no tiene: la capacidad de ver de lejos.

Su inteligencia es tanta que ha logrado intercambiar los papeles: la curiosidad que condenó a las lavanderas ahora atormenta al diablo cuando, en camino hacia la casa de la madre, se pregunta por qué pesa tanto la ropa sucia y si en verdad Lucia se daría cuenta si baja el saco que ya le está quebrando la espalda. Desconfiado y fatigoso, hace por desembarazarse del bulto; pero la hermana desde dentro grita «¡Te veo! ¡Te veo!». El diablo no termina siquiera de bajar el saco, se convence de la extraordinaria capacidad visual de la más pequeña de las lavanderas y lleva directamente la ropa a la casa de la madre, empeñado en demostrarle a los ojos omniscientes de Lucia su competencia de poder para cargar la ropa sucia.

Por fortuna, el diablo no tropieza por el camino, lo que hubiese significado que sin querer tirara el saco, quedaran a la vista las hermanas y se descubriera el engaño. Con ayuda de la suerte y sus competencias, Lucia repite la estrategia de escape con su otra hermana y con ella misma, hasta que las tres están de nuevo en casa. Por medio de la astucia una lavandera puede fabricarse un poder capaz de vencer al mismo diablo, de cambiar el rumbo de su historia y de desconcertar a Mieke Bal y a uno que otro crítico literario.

Imagen del encabezado: Pissarro. Une Blanchisseus à Éragny. 1893 (detalle).

El tiempo en la lírica: rima y memoria

Antonio Machado, a través de su heterónimo Juan de Mairena (un personaje escritor que supuestamente toma la pluma en vez de él), dice que la rima tiene la utilidad de poner el poema en el tiempo: es la forma de enfrentar el sonido presente (la palabra que se dice) con el sonido pasado (la palabra que se ha leído). Cito los primeros versos de un poema que Machado le dedicó a un olmo:

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

Sucede que nuestra psique oye también cuando leemos en silencio y, en el instante de escuchar la palabra «mayo», recordamos el sonido igual que escuchamos antes, en el pasado ahora inexistente, al haber leído la palabra «rayo»: «a – y griega – o», «ayo». Al leer el vocablo «salido» nuestro presente choca con el pasado, cuando leímos dos versos atrás «podrido». Del enfrentamiento de estas dos realidades, presente y pasado, surge la rima y la consciencia de la temporalidad.

De forma muy similar, escribir también nos pone en dialogo con el pasado: «escribir es memoria», dicen y, de todos los géneros literarios, tal vez el de la poesía lírica sea el que más memoria requiere. Por ejemplo, una novela de ficción puede, al inventar una realidad, proyectarse de forma muy importante hacia la imaginación, es decir, hacia lo posible y no hacia lo que fue. En contraste, la poesía lírica se vuelca sobre el yo del autor y, por lo tanto, tiene la fuente de sus temas en la memoria —o en una invención de ella—, porque uno mismo no es nada sino el resultado de su propia historia. Por tanto, también cuando escribimos poesía lírica ponemos el poema en el tiempo: es el encuentro de nuestros recuerdos —pasado— con la experiencia de escribirlos —presente—.

¿Qué nace cuando tú enfrentas tu pasado con tu presente?

año 416 después de Rembrandt

Imagen del encabezado: Rembrandt. Stilleben mit Büchern, Violine, Totenschädel und Stundengla. 1627 (detalle).

Entre el misticismo y el amor: la obsesión de san Juan de la Cruz

San Juan de la Cruz, o Juan de Yepes, fue un monje carmelita que dedicó su vida a la búsqueda de Dios. Perteneciente al catolicismo romano imperante en su España del siglo XVI, se preocupó por seguir el ejemplo de Jesús de Nazaret en el mundo terrenal, incluso en la pobreza que se les atribuía a los apóstoles y de la que, para entonces, muchos frailes, monjes y sacerdotes se habían olvidado. Reformó entonces la orden carmelita, de lo que surgiría una división que se conocería como carmelitas «descalzos», en referencia a su pobreza. Ello le costó a Juan de Yepes ser encarcelado. Sus ideas se oponían al statu quo de la fracción carmelita hegemónica: la de los «calzados».

Sin embargo, su búsqueda de comunión con la divinidad no se arredró ante estas dificultades, sino todo lo contrario. Se cuenta que, privado de cualquier material para escribir y en la oscuridad de su prisión en Toledo, compuso sin más herramienta que la memoria el «Cántico espiritual». El poema es de un profundo erotismo:

Gocémonos, Amado;
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte y al collado
do mana el agua pura;
entremos más adentro en la espesura.

Y luego a las subidas
cavernas de la piedra nos iremos,
que están bien escondidas,
y allí nos entraremos,
y el mosto de granadas gustaremos.
(181-190)

Juan de Yepes se sirve del sentimiento más íntimo e intenso del ser humano, el amor erótico, para hacer una alegoría de la búsqueda de la divinidad. Así como los amantes se necesitan, así san Juan de la Cruz buscaba a Dios con una obsesión que no se detendría ante adversidad alguna hasta sanar la dolencia amorosa con la presencia del ser amado.

Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia
de amor que no se cura
sino con la presencia y la figura.
(51-55)

En las sombras y el encierro de su encarcelamiento, donde quizá Juan de Yepes alcanzó por fin a vislumbrar a Dios, nació uno de los poemas más luminosos y libres de la lengua castellana.

En el «Cántico espiritual» , la esposa va buscando al amado. Pide referencias a los caminantes y a los viajeros, y las gracias que le refieren de él no pueden sino acrecentarle la pena por la ausencia; sin embargo, hay algo del amado que ninguno de los viajeros alcanza a nombrar: sólo se quedan balbuciendo. San Juan de la Cruz se aventuró, a pesar de todo, a buscar nombrarlo en el poema.

¿Y tú, qué estás dispuesto a hacer por una obsesión?

Dibujo de san Juan de la Cruz conservado en el convento de la Encarnación de Ávila.

Acompáñame a nombrar tus propias obsesiones en el taller de poesía: El poemario y la obsesión.

PD. Je te cherche

Imagen del encabezado: Dibujo de san Juan de la Cruz conservado en el convento de la Encarnación de Ávila. c. 1577